Una calle de Asunción se denomina América, nombre del continente cantado por Nino Bravo

Prosiguiendo con las entregas sobre los nombres de las calles de nuestra ciudad capital y la historia que encierra cada una de esas denominaciones, las cuales están a cargo de la señora Evanhy de Gallegos, esta vez se darán detalles sobre la calle América, continente justamente cantado por Nino Bravo cuando dijo: “Cuando Dios hizo el edén, pensó en América”. 

Por la Ordenanza N° 649 de 1942, América es la primera calle paralela al Oeste de la avenida Venezuela, al Norte de la avenida Mariscal López, donde arranca, y se desplaza hasta la avenida España, en el barrio Recoleta.

El continente, descubierto por Cristóbal Colón, lleva el nombre del navegante florentino Américo Vespucio, quién fue el primero que la avistó.

El merecido nombre América dado al continente, se debe a la impactante información traída por Vespucio entre 1504 y 1505, quién lo bordeó por primera vez.

Vespucio fue el primero en contactar con los guaraní, que poblaban las costas del Océano Atlántico, entonces llamado Mar del Paraguay.

El Nuevo Mundo tan exuberante, fue considerado el paraíso terrenal por todos quienes lo conocieron.

Era profundamente diferenciado de todo lo conocido hasta entonces.

Ese Nuevo Mundo (Mundus Novus) fue incluso el que inspiró al filósofo inglés Thomas Moro, a escribir “La Isla de la Utopía”, que apareció en 1515.  

El autor relató la admirable vida en el territorio americano, donde existía el ideal de “La República de Platón”.  Elogió la organización familiar, la carencia de propiedad privada, el gobierno de un Consejo de Ancianos, el sentido de igualdad entre los habitantes, el régimen de austeridad y frugalidad, el libre comercio de los productos, la concepción de un solo Dios y el hecho de que ni el oro ni la plata tuvieran valor en su economía.

Describió la sociedad perfecta, donde solo bastaba poseer lo necesario que estaba a disposición de todos.

Se debe sumar que los guaraní creían en la existencia de una tierra sin mal, un paraíso terrenal al que llamaban “Yvy Maraney” y “Mbae vera guasu”.

Muchos llegaron a percibir ese estado de felicidad en la fantástica vegetación de las selvas, en los primeros tres siglos de nuestra historia.

El Paraguay fue parte de ese paraíso terrenal cuya ruta, el “tapecue”, camino sagrado del mito de La Tierra sin Mal, era el eterno y bello conglomerado de estrellas que resplandecen por las noches sobre el mundo y que pasaba por Asunción, por aquello de que todo lo que está escrito en el cielo, se repite en la tierra.

En 1653, Antonio de León Pinelo escribía en Lima su “Paraíso en el Nuevo Mundo”, obra en la que el escritor español situaba el paraíso terrenal en las selvas de América del Sur.

La idea no era nueva.  El propio Cristóbal Colón, en su tercer viaje, había llegado a la misma fantástica conclusión frente a las costas de Venezuela.

Al ver la masa de agua dulce que entraba al mar, imaginó que podía venir de la fuente del paraíso terrenal y dar nacimiento a los cuatro ríos: Nilo, Tigris, Eufrates y Ganjes, los ríos del paraíso descriptos en el Génesis.

Y es que una canción del malogrado Nino Bravo, nos recuerda todavía que: “cuando Dios hizo el Edén, pensó en América”.

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