El callejón Comuneros recuerda a quienes reivindicaron la supremacía del común por sobre la voluntad de los gobernantes
Prosiguiendo con la serie de entregas sobre los nombres de las calles de Asunción y la historia que encierra cada una de esas denominaciones, elaborada por la señora Evanhy de Gallegos, se enfatizará en la importancia de la historia comunera de Asunción, por lo que con un histórico callejón, denominado justamente “Comuneros”, se recuerda a quienes reivindicaron la supremacía del común por sobre la voluntad de los gobernantes.
El callejón Comuneros cumple las funciones de calle peatonal de solo una cuadra, en el espacio libre situado entre la Iglesia Catedral de Asunción y el Museo Juan Sinforiano Bogarín. Es un patio libre entre dos edificaciones históricas, que ha merecido la denominación popular por la contundencia de la Revolución Comunera en la ciudad de Asunción.
La historia comunera de Asunción
Desde el año 1640 a 1731, la Provincia del Paraguay atravesó periodos de agitaciones populares. La suma de todo produjo la revolución de los Comuneros, que tuvo sus distintas épocas y resurgimientos.

La revolución se prolongó por años. Al comienzo fue por reclamaciones al absolutismo del gobierno colonial, sumándose la disconformidad con la Compañía de Jesús, que se estableció desde el año 1600. Culminó con la Independencia de 1811.
Hubo un antecedente comunero en el desalojo del poder del adelantado Álvar Núñez Cabeza de Vaca, en contra de la voluntad del común, del pueblo.
Primeros comuneros
En 1542 la población asuncena se levantó en armas al grito de: “Libertad, viva El Rey”. Los partidarios de Domingo Martínez de Irala le dieron el nombre “Comuneros” a la destitución del poder del gobernador Álvar Núñez Cabeza de Vaca y la nave que lo llevó a España fue también bautizada “Comuneros”.
Los comuneros de Asunción
La gran Revolución Comunera ocurrió desde 1640, en el tiempo en que la Orden religiosa Jesuita en el territorio de Las Misiones Jesuíticas, reunió a los guaraní en reducciones, motivando la protesta de los conquistadores, que solicitaban esa mano de obra para sus encomiendas.
Con la población guaraní como trabajadora, en las Misiones Jesuíticas se producía más y a mejor precio. Entretanto los colonos se empobrecían, al no poder comerciar ni ejercer el negocio de la exportación.
Y a la pobreza los colonos debían sumar la lucha contra las tribus en guerra y contra los bandeirantes.
En 1640 fue nombrado obispo del Paraguay Fray Bernardino de Cárdenas, nacido en el Perú. Su llegada fue bien recibida.
Cuando comenzó a visitar los pueblos del interior, los jesuitas no le permitieron entrar a sus dominios y, con indios armados, fue rechazado.
A tal punto llegó el rechazo al control del “Estado dentro del Estado” en que estaba convertida La Provincia del Paraguay, que el Obispo Cárdenas fue sitiado por las armas en el Convento Franciscano de Asunción. Y en una canoa, semidesnudo, fue enviado al exilio por los jesuitas.
Asunción quedó dominada por la fuerza indígena jesuítica. El exilio de Cárdenas duró dos años.
Repuesto en el cargo de obispo, Bernardino de Cárdenas volvió a Asunción y se convirtió en Gobernador por elección popular, al fallecer el gobernador Diego de Osorio.
El 25 de abril de 1649, al ser elegido, su primera medida fue la expulsión de los jesuitas de la Provincia del Paraguay.
La represión Jesuita
Los jesuitas contaban con un ejército de indios. La Provincia fue declarada en rebeldía y Asunción quedó sometida por las armas. La gran batalla tuvo lugar en un sitio conocido como de “Las Piedras de Santa Catalina”, en el área donde hoy se encuentra la Escalinata Antequera.
Triunfantes los jesuitas, el gobernador obispo Bernardino de Cárdenas fue expulsado de la provincia. Peregrinó muchos años ante el Vaticano pidiendo justicia, hasta que se le eximió de toda culpa.
Entretanto la rivalidad entre la Colonia y los jesuitas, prosiguió.
Fue enviado el abogado José de Antequera en 1721, para evaluar la situación de los sucesos en una historia por demás conocida. Era un hombre ilustrado, de gran preparación jurídica.
Al conocer los hechos, Antequera se convirtió en el vocero de la causa popular. Fue el Gobernador interino hasta 1725. Acaudilló a los Comuneros, le dio fuerza a la revolución y encabezó el ejército ciudadano.
Tanto el virrey, desde Lima, como los jesuitas contra atacaron con su ejército de indios.
Ante la imposibilidad de resistir, Antequera salió de Asunción el 5 de marzo de 1725. Pensaba presentarse en Charcas, a rendir cuentas de sus gestiones, y pedir el amparo de la audiencia. Creía en la causa comunera.
A fines de octubre, la Real Audiencia lo abandonó y fue remitido preso a Potosí y enviado a Lima juntamente con Juan de Mena.
Fue ejecutado el 5 de julio de 1731. Le cortaron la cabeza, lo mismo que a Juan de Mena.
El rey Carlos III revió cuarenta años después el proceso y Antequera fue proclamado: “Honrado y leal Ministro”. Y se otorgó pensión a su familia paraguaya. Esto ocurrió recién el 1 de abril de 1778.
Cuando estuvo en la cárcel, José de Antequera conoció a Fernando Mompox de Zayas, quién escapó de la prisión y vino al Paraguay, a continuar con la Revolución Comunera.
Llegó en julio de 1730 y se puso al frente de la lucha. Hubo otra gran batalla el 28 de diciembre de 1731. Esta vez triunfaron los comuneros.
Por primera vez se nombró un presidente en la Provincia del Paraguay: José Luis Barreiro, quien resultó ser un traidor a la causa.
Mompox debió escapar. Se refugió en Brasil. Murió en Río de Janeiro.
La revolución para entonces ya no se limitaba a protestar contra la influencia jesuítica. Hubo un real impulso para hacer valer los derechos del pueblo.
Los comuneros fueron los precursores “de la voluntad del común que es superior a la del propio Rey”. Aunque los voceros cuyos nombres más se recuerdan sean Antequera y Mompox, fueron los criollos paraguayos quienes hicieron la Revolución Comunera.
Todo comenzó en Asunción, mucho antes que la revolución norteamericana inaugurara la libertad y la democracia en América del Norte y antes de la Revolución Francesa de 1789, que hiciera caer a los reyes imperiales.
De todo esto no quedaron documentos. Por resolución del 20 de agosto de 1735, se ordenó la quema de todos los archivos, la cual se ejecutó el 17 de julio de 1740.
La voz de los comuneros no se pudo apagar. Fue una manifestación de autonomía, de resistencia, por los excesos en el gobierno.
Los paraguayos contaban con el apoyo espiritual de los sacerdotes franciscanos y dominicos, identificados con la sociedad colonial. Los asuncenos de entonces lucharon por el derecho de elegir a sus gobernadores y a protestar contra los abusos del poder.
