El Teniente Fariña fue el héroe de los lanchones cuyo nombre lleva una calle de Asunción

Por la Ordenanza N° 1012/20 una calle de Asunción lleva el nombre del Teniente de Marina José María Fariña.  Es la séptima paralela al Sur de la calle Mariscal Estigarribia y nace al Oeste en la calle Independencia Nacional, continuación de Manduvirá, y se extiende al Este hasta la avenida Perú.  Es paralela a las calles Dr. Manuel Domínguez al Norte y al Sur a República de Colombia, recorriendo los barrios General Díaz, Catedral, San Roque y Pettirossi. 

Es importante mencionar que Don Carlos Antonio López la había denominado Río Apa.

El 23 de marzo de 1866 tuvo comienzo, y duró 15 días, uno de los episodios más extraordinarios de la Guerra contra la Triple Alianza.

Durante tres semanas, un lanchón paraguayo de madera de Urundey, tripulado por el teniente José María Fariña, con seis tripulantes y un cañón, mantuvo en jaque a toda la escuadra brasileña de 32 naves, con 3.510 hombres y 112 bocas de fuego.

El principal héroe de las jornadas fue justamente el sargento José María Fariña, condecorado y ascendido a alférez por sus hazañas.

Había nacido en Caacupé en 1836.  En 1854, a los 18 años, ingresó al Ejército y dos años después a la Marina.

Cruzó el Atlántico dos veces, en el vapor Río Blanco, y bajo la dirección del capitán inglés, asesor técnico de nuestra marina, George Morice, las crónicas dicen que se transformó en un verdadero “lobo de mar”.

Fue un gran artillero.  Actuó en la Campaña de Matto Grosso, luego en la batalla de Riachuelo, donde su lanchón quedó a la deriva y ganó a nado la orilla.

Más tarde se incorporó a la artillería del general José María Bruguez.

Su mayor proeza ocurrió cuando se batió con valentía, enfrentando desde su lanchón a los acorazados brasileños, a los que daba certeros tiros con su cañón.

En ese combate desigual, las balas paraguayas no lograban perforar el blindaje de los acorazados.

El peso de la madera gruesa de urundey del lanchón, lo dejaba sumergido, sobresaliendo apenas sobre el agua.  El invento paraguayo era como un submarino.

Los lanchones no podían maniobrar por sí solos, ni navegar.  Debían ser remolcados hasta el lugar elegido. Su largo era de quince metros y apenas sostenían una tripulación de seis hombres.

José María Fariña era alto, rubio y se erguía detrás del cañón, asombrando a los marinos brasileños.  Usaba un gran sombrero piri.

Asombraba por su serenidad e impavidez. 

Por su aspecto, los aliados creían que era un inglés al servicio del Paraguay. 

Desde tierra presenciaban las batallas los 80.000 hombres, paraguayos y enemigos, desde ambas orillas.

 Cada cañonazo de los paraguayos era saludado con aclamaciones.

El Mariscal observaba la desigual batalla con largavista.

 Con su excelente puntería, Fariña hacía penetrar las balas de su cañón por los portalones de las casamatas de los acorazados.

 Cuando las naves imperiales reaccionaron y hundieron los lanchones, el Mariscal ordenó reponerlos con lanchones traídos de Humaitá. 

 Uno de esos lanchones fue descubierto y quedó varado sin que se lo pudiera recuperar, lo que aprovecharon los brasileros para descubrir que el arma desconocida, que los había tenido en jaque, y desde el cual un valiente que creían inglés, les daba batalla, era apenas un lanchón.

 La hazaña de los lanchones paraguayos repercutió en la prensa argentina.

 El periódico La América dijo: “Para que el público se dé una idea aproximada de la audacia paraguaya, estúdiese el caso, habrase visto un vaporcito trae el lanchón, que carga un cañón de grueso calibre y se sitúa a tiro de cañón de nuestra escuadra, la provoca al combate y luego enfrenta con una sola pieza a ciento once bocas de fuego”.

 Los brasileros decían: “Mais isso nao é valore, sino temeridade. Os coitados paraguaios parecen de ferro”.

 “Todo el poder naval de un imperio, que se envanece de su gloria y de su fuerza, ha sido humillado por una miserable canoa paraguaya, tripulada por hambrientos y andrajosos soldados de López.  Esto es increíble. Esto es vergonzoso”.

 El periódico El Nacional decía: “Un joven alto, rubio, con gran sombrero de paja, mandaba el lanchón. Era un valiente. Figura expectable, parecía más que un hombre, haciendo fuego continuo y certero”.

 El corresponsal del periódico Paraná aseguraba que: “El que mandaba el lanchón era un ingeniero norteamericano, habiendo acobardado a los brasileros con la precisión de sus tiros”. 

El Monde Ilustree de París, publicó también un amplio relato sobre cómo una chata paraguaya tuvo en jaque a los acorazados del Brasil. 

La Nación Argentina anunció con júbilo: “El extraordinario artillero que tenían los paraguayos, ha muerto después del último combate”. 

El célebre artillero José María Fariña llegó al máximo de su fama cuando, el 27 de marzo de 1866, introdujo la bala del cañón en la casamata del vapor acorazado Tamandaré.  La bala causó la muerte del comandante Maris de Barros y de cerca de 50 tripulantes y oficiales, inutilizándose el cañón de 120 de Barros. 

Después de estas hazañas, el Teniente Fariña se incorporó a la artillería de tierra, cuando fue destruida nuestra escuadra. 

Estuvo en Curupayty, Humaitá e Isla Poi. 

En Laguna Verá se infiltró en las líneas enemigas, para llegar hasta Timbó, donde se encontraba el general Bernardino Caballero. 

Herido fue enviado a Asunción. 

Estuvo en Angostura, al mando de Thompson, quién capituló el 30 de diciembre de 1868 y pasó a integrar la caravana de prisioneros llevados a Buenos Aires. 

La Escuela de Formación de Sub Oficiales de la Armada, lleva su nombre. 

Falleció el 26 de enero de 1920.

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