Una calle recuerda al Teniente Adolfo Rojas Silva, la primera víctima de la Guerra del Chaco por la invasión boliviana

Prosiguiendo con la serie de entregas sobre los nombres de las calles de Asunción y la historia que encierra cada una de esas denominaciones, elaborada por la señora Evanhy de Gallegos, se brindarán datos sobre la vida del Teniente Adolfo Rojas Silva, quien se convirtió en la primera víctima de la Guerra del Chaco por la invasión boliviana, a quien con una arteria capitalina se le rinde homenaje.

Por la Ordenanza N° 1750 de 1927, se dio ese nombre a la primera calle paralela a la calle Brasil, desde la calle Costa Rica hasta Manuel Domínguez.  Cruza la avenida Rodríguez de Francia y es paralela a la calle Capitán Figari al este, en el Barrio Pettirossi.

Datos sobre su vida

El Teniente Adolfo Rojas Silva nació en Asunción, el 25 de febrero de 1906, hijo de Liberato Rojas, quien fue presidente de la República entre 1911 y 1912, y de Susana Dolores Silva.

Realizó sus estudios en Montevideo y Buenos Aires.  Cuando regresó al país, ingresó a la Escuela Militar.

En 1927, un hecho indignó al país, ya que fue asesinado el Tte. Adolfo Rojas Silva, convirtiéndose en la primera víctima de la Guerra del Chaco.

Emiliano R. Fernández, impactado por el hecho, creó “Rojas Silva Recavo”, con estrofas premonitorias de la Guerra con Bolivia, que se iniciaría recién cinco años después.

Cómo murió Rojas Silva

El 11 de febrero de 1927, el Tte. Adolfo Rojas Silva había tomado posesión de la jefatura del fortín Nanawa, ubicado a mitad de camino de la ruta Pozo Colorado – General Díaz.

Semanas después de hacerse cargo de Nanawa, decidió ir al encuentro de su destino.  Su misión era atrapar tropa para consumo en el fortín.

El cacique Ramón le contó de la presencia boliviana en el fortín llamado Sorpresa.  Resolvió Rojas Silva seguir viaje con tres soldados y el cacique, para investigar la veracidad del hecho, sin apeligrar a sus hombres.

Dejó una orden al sargento Parodi, quién debía atacar si en 24 horas no regresaban.  Al llegar a Sorpresa, logró la rendición de cuatro soldados bolivianos, entre ellos el cabo Froilán Tejerina, quien luego sería su matador.

Interrogados los prisioneros, confirmaron la existencia de otro fortín a 1500 metros.  Se trataba de Sorpresa Viejo, que guarnecía a 90 hombres.

La temeridad de Rojas Silva y el final que le tenía reservada la historia, hizo que desoyera los consejos de sus acompañantes, de buscar primeramente ayuda para acorralar Sorpresa Viejo.

Fue así que entró, revólver en mano, a apresar al sargento González, a cargo del fortín.  Al principio hubo violencia entre Rojas Silva y el boliviano, pero luego dialogaron.  Cuenta la historia que inclusive cenaron.

Era la primera experiencia con el enemigo sin declaración de guerra. El teniente paraguayo creyó en la fuerza del diálogo y ayudó a que sus compañeros, sin armas, se presentaran a la mesa para cenar.

Cuando las quisieron recuperar para retirarse, fueron detenidos como prisioneros.  A Rojas Silva se le había permitido quedarse con su revólver 38 corto que poseía y un yatagán.

No temió porque estaba seguro que el sargento Parodi vendría en su auxilio.  En la discusión, el cacique Ramón consiguió escapar e informar a Parodi de los sucesos.  Este consideró un suicidio atropellar la guarnición y abandonó el lugar regresando a Nanawa.

Al no aparecer el auxiliar, Rojas Silva decidió enfrentar a los bolivianos y salir del encierro.  Le dijo al capitán González que abandonarían el lugar y, sin más trámite, enfrentaron a los bolivianos.

En esa lucha procurando sujetarlo, dos paraguayos fueron tomados prisioneros, escapando el Tte. Rojas Silva y el soldado Argüello, hasta el lugar donde creían estaría el sargento Parodi, con sus 27 hombres.  Al no encontrarlos, trataron de esconderse en los pastizales.

Descubierto Rojas Silva, desenvainó el yatagán y partió en dos la cabeza de un boliviano.  El soldado Argüello se apoderó de un fusil e intercambió disparos.  Apareció otro boliviano en una mula, que se tiró al suelo y, desde el suelo, el cabo Tejerina mató al Tte. Adolfo Rojas Silva con una bala que le dio en pleno pecho.

Rojas Silva fue desnudado por los bolivianos, que dejaron su cadáver tirado.  Los otros prisioneros fueron llevados a La Paz, atados a una mula.  Todavía no había guerra declarada.

La muerte del Teniente Rojas Silva produjo, en la opinión pública, una atmósfera de sentimientos, que todavía emociona en los versos de Emiliano R. Fernández.

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