En Defensa del Territorio de Asunción
Vibran con campanadas aurorales y resonancias de eternidad, los ecos de voces prominentes de poetas e intelectuales, que admiran la inveterada vocación hospitalaria de Asunción, capital de la República del Paraguay.
Al compás del rumor y la algazara diaria, en medio de la maraña de motores trepidantes de los rodados y la febril actividad de sus habitantes, que afanosos se prodigan en cumplir el bíblico mandato de “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, la ciudad muestra la fuerza arrolladora de su poder creativo y el vigor joven de sus hijos que sueñan y trabajan por un mañana mejor.
Sin embargo, la agreste ciudad mantiene aún en sus entrañas profundas, en una amalgama perfecta entre la vanguardista propuesta de sus edificios modernos, sus casonas y patios señoriales, que nos remontan a la amable y hospitalaria urbe que dio inicio a la historia de esta nación, cuya impronta marcaron con sello de fuego hidalgos caballeros como Juan de Ayolas, Juan de Salazar y Espinosa y Domingo Martínez de Irala.
Esa tradición se prolongó en el tiempo con nuestros próceres de la Independencia y luego con los forjadores y defensores de la nación guaraní,
En medio de certezas profundas e inapelables, surge la indiscutible afirmación que Asunción es Paraguay, porque el “Paragua’y” de nuestros primigenios fue siempre la caja de resonancia de los grandes acontecimientos nacionales e internacionales.
Así la capital de la república fue escenario de todos los acontecimientos importantes vividos en nuestra historia, las grandes decisiones siempre se originaron en la capital o cualquier hecho sucedido en alguna parte de la geografía patria, como ciudad capital y asiento de los tres poderes del Estado, al final estos casos se resolvieron en Asunción.
Sin embargo, no debemos pensar que se trata de un problema macro cefálico, que por tener muy grande la cabeza parte del cuerpo se debilita o no actúa coordinadamente o correctamente, en simetría perfecta como deben funcionar los órganos del cuerpo humano. Este mal crea, en ocasiones, niños autistas.
En el Paraguay, al contrario, en el devenir de la historia quedó demostrado que esta cohesión, esta simbiosis maravillosa entre capital y urbes departamentales, fue motivo de solidez estructural que nos hizo enfrentar los más grandes desafíos de la historia, unidos, disciplinados, con orden y convicción patriótica, lejos de regionalismos que, en ocasiones, causan divisiones estériles, nacidas de una competencia absurda en donde los adverbios peyorativos abundan y denigran, no tanto a quien se menta sino al que los profieren.
Por eso cuando las autoridades municipales de la capital se oponen al despojo del territorio de la capital, en esa pretensión inicua de un municipio vecino, con argumentos falaces, inexactos y a contramano de la historia, la Comuna Asuncena, el pueblo asunceno en general, reacciona con la tranquilidad de saberse dueño de la verdad histórica, de la verdad jurídica y de la verdad más sólida que otorga la larga e inveterada convicción que el territorio reclamado es Asunceno, por donde se lo mire.
Y quién mejor para ilustrar la certeza de estas afirmaciones que la eminente periodista, historiadora y ex Intendente de Asunción, Evanhy de Gallegos, cuya serie de publicaciones sobre el tema se alzarán, a partir de la fecha, en la Página Web de la Comuna Capitalina.
En esta serie se exhibirán documentos históricos y se narrarán los sucesos que acreditan que el cerro Lambaré y las tierras aledañas pertenecen al Municipio de Asunción.
Evanhy de Gallegos era la Intendente de Asunción en el año 2008, cuando se tuvo ya un intento de agresión en contra de la integridad territorial de Asunción.
En aquella oportunidad, la férrea defensa de los intereses comunales por parte de las autoridades y el pueblo asunceno, contribuyó a que el Poder Ejecutivo rechace las pretensiones espurias de aquel proyecto.
La misma firmeza estamos seguros volverá a exhibir con nobleza y altruismo la población asuncena y las autoridades municipales ante esta nueva provocación e intento de despojo injusto.
Nuevamente el Municipio de Lambaré pretende despojar de parte de su territorio a Asunción, Capital de la República
Evanhy de Gallegos
En este tiempo en que vuelve a agitarse la intención del Municipio de Lambaré de despojar, a la capital de la República, de parte de su territorio y con esto, de gran parte de sus tributos municipales, disfrazando el proyecto de una supuesta recuperación del cerro Lambaré, es oportuno recordar la historia colonial y la de los años posteriores en que Lambaré era un distrito, es decir, un más barrio más de Asunción.
Es la oportunidad de reiterar un mayor conocimiento acerca de la historia del Paraguay, del incuestionable territorio de Asunción y de lo que quedó como su superficie, después del primer despojo del año 1962 cuando, por decisión del entonces presidente de la República, general Alfredo Stroessner, se sacó a la Capital de la República un gran espacio geográfico de su territorio.
Esta decisión fue para cumplir con la intención de potenciar políticamente a un líder de la Asociación Nacional Republicana (A. N. R.) de la época, Bernardino Riquelme, padre del político Blas Riquelme.
El 5 de junio de 1962, mediante la Ley 791, se insertó la cuña que recortó, en forma de triángulo, parte de la ciudad de Asunción, para la creación del Municipio de Lambaré.
Esta historia del pasado no debe volver a repetirse.
Es oportuno, entonces, agregar este espacio para conocer la historia de uno de los barrios de Asunción que, posteriormente, se convirtió en el Municipio de Lambaré.
Se hará énfasis en hacer conocer la verdadera historia detrás del supuesto interés del Municipio de Lambaré sobre el cerro, que recuerda a un mito.
El cacique no tuvo tava en el lugar ni existió con tal nombre.
La Capital de la república del Paraguay no merece el despojo, disfrazado de afecto sentimental a un cerro, cuando son los tributos el verdadero interés de la Administración Municipal de Lambaré.
Caso Lambaré. Capítulo I
Las Batallas en la frontera de “Paragua’y” en 1537, en las actuales Villeta y Asunción
En las faldas del cerro Lambaré, hito fronterizo de “Paragua’y” (Asunción), tuvo lugar, en enero de 1537, la segunda batalla librada contra los nativos pobladores del conglomerado indígena cario – guaraní, que poblaba estas tierras.
La historia de los sucesos marca, en forma indeleble, que este espacio geográfico es asunceno.
Cuando los europeos llegaron entre 1536 – 1537, el cerro denominado Lambaré formaba parte de la región “de la frontera”, del conglomerado cario – guaraní, liderado por los principales caciques Cara Cara, Cupyraty y Moquirace.
La línea “de la frontera” del distrito de “Paragua’y”, pasaba más arriba de las bocas del río Pilcomayo y llegaba hasta la actual Villeta.
Este dato forma parte de los documentos existentes en el momento en que el Cabildo de Asunción dispuso el reparto de las tierras, ubicadas en la banda occidental del río Paraguay, en el año 1543, cuando se incendió Asunción.
La historia cuenta que el capitán Juan de Ayolas ya había recorrido 1.276 kilómetros, entonces se usaba la medida de la legua, maravillado ante la naturaleza que se presentaba a la vista, en la confluencia de los ríos Paraná Guasu y Paraguay.
Ayolas divisó luego las altas barrancas de Curupayty y quedó admirado ante la magnificencia de las costas de Villeta. Allí les cortaron el paso los cario – guaraníes, siendo vencidos por “los hombres del fuego mágico”.
Era pleno verano cuando, el 11 de enero de 1537, tuvo lugar la segunda batalla en la que el capitán Juan de Ayolas enfrentó a los guaraníes, en la base del cerro, conocido más tarde como cerro Lambaré.
Dice la antropóloga Branislava Susnik en “Los aborígenes del Paraguay. Tomo II. Etnohistoria de los guaraníes. Época colonial”, páginas 23 y 24, que toda el área era una costa que permanentemente se veía amenazada por los indios agaces – payaguaes, que cruzaban el río, desde el Chaco, para cometer tropelías contra los cario – guaraníes.
Susnik aclara que: “El cacique Avambare, que opuso resistencia al libre paso fluvial de Juan de Ayolas, representaba esencialmente un jefe guerrero circunstancial, siendo los guerreros convocados para la defensa de la orilla cario guaraní, de diferentes tekoa”.
Los asaltos depredadores y periódicos de los chaqueños, obligaban a los carios a mantener empalizadas, para sostener continuamente las “avanzadas de los cazadores chaqueños”.
Son las empalizadas a las que se refiere el bávaro UIrico Schmidl, que incluso las dibujó recordando cómo eran, 30 años después cuando escribió sus memorias, sin contar con apuntes, con bastante imprecisión en fechas y nombres.
Schmidl formó parte de la generación de conquistadores que convirtieron el nombre Abambae en Lambaré, hablando mal el idioma guaraní, que no posee la letra “L”.
En esa batalla también participaron, como convocados para la defensa, los caciques Guarambaré, cuya tava estaba entre los ríos Jejuí e Ypané y Ñandua, además de Abambae.
Luego de tres días de batalla, los conquistadores siguieron viaje, en búsqueda del oro y la plata en las tierras de Potosí, a la que debían llegar cumpliendo el plan establecido por el Adelantado Mendoza.
Al alcanzar las alturas rojizas de Itapytapunta y observar el cerro Itacumbu (Tacumbú) se abrió ante ellos la hermosa bahía de “Paragua – y”.
El capitán Juan de Ayolas se enfrentaba a su destino en plena navegación, rumbo a lo que sería más tarde la Casa Fuerte de la Asunción.
Cada 7 a 8 kilómetros hallaban un poblado guaraní.
Mientras, en tierra, la noticia de la batalla de Villeta y la rendición en el cerro, hizo que los europeos fueran recibidos con recelo, pero sin violencia.
Es lo que ocurrió al acercarse a la Bahía de Asunción, donde hallaron el ambiente ideal para fundar el fuerte.
Sin saberlo, Ayolas había llegado al extremo occidental de las tierras de los guaraní. Estaba en el eje central o eje del Tape Aviru.
Habían pasado unos 15 años del paso de Alejo García por “Paragua’y”, con el mismo fin, encontrar la Sierra de la Plata. Ninguna ruta mejor que la guaraní.
En esos años, el gobernante de la tava guasu, que ocupaba el hoy territorio del Centro Histórico de Asunción, era el cacique Cara Cara o Carduaraz o Caruare.
Lamentablemente no hay certeza del verdadero nombre del grande de esta historia.
Entonces no existía el banco San Miguel, que hoy cubre la vista del río Paraguay.
El río se veía amplio.
Al divisar la flota de carabelas, el cacique principal Cara Cara llamó con urgencia a reunión general a los otros caciques de la región: Moquirace, Ñandua, Cupiraty, Mayreru, Guarambare, Timbuai y Aracare, para decidir los pasos a seguir ante la presencia extranjera.
Entre los guaraní existía una confederación de caciques, que se reunían en “Paragua’y” (Asunción), para la toma de decisiones importantes.
Los caciques debían evaluar entre enfrentarlos, como ocurrió en Villeta y en el cerro conocido después como Lambaré, o tal vez ayudarlos a llegar a las tierras donde estaban los metales, que finalmente eran el verdadero interés de los invasores.
Si así lo hacían, los caciques creían, ingenuamente, que los podrían alejar de las tavas, ya que la Sierra de la Plata estaba demasiado lejos.
Luego de evaluar la cantidad de muertos en Villeta y en el cerro, decidieron dar la ayuda necesaria para hacer llegar a los extranjeros donde estaban los metales de la codicia, el oro y la plata, navegando al norte.
La verdadera historia cuenta que el cerro donde Abambae enfrentó a los europeos, era parte de la frontera de “Paragua’y”, sustituido con la fundación del fuerte y luego por la ciudad Nuestra Señora de la Asunción, capital de la Provincia Gigante de las Indias.
La primera rebelión contra los españoles ocurrió liderada por los caciques Guarambaré y Abambae, quienes fueron ahorcados por orden del capitán Domingo Martínez de Irala, en la Semana Santa de 1541.
La información de que atacarían a los españoles durante la procesión, fue filtrada por una india, pareja del capitán Juan de Salazar.
Los nombres de ambos, Abambae y Guarambaré, quedaron grabados en la historia de las rebeliones indígenas, razón por la que fueron recordados.
Y justamente la historia fue repetida entre los primeros pobladores de Asunción, que derivó en el mito llamado Lambaré, con el que se denominó al cerro de Asunción.